Sentado en un matadero abandonado, un hombre recibe una terrible noticia. Se oye la voz de la doctora. Serena. profesional. Primerísimo primer plano de una radiografía, unos dedos que señalan un una rara enfermedad llamada Demencia de Cuerpos de Lewy. La progresión degenerativa es lenta, inevitable e incurable. Afecta a la inteligencia, a las percepciones, a la orientación. Discurso inconexo, sin sentido. No se es consciente de que se repiten u olvidan cosas. Alucinaciones visuales, paranoia, delirios, depresión, ansiedad, rigidez muscular, temblores, pérdida de la memoria y el lenguaje… Plazo para morir: de 3 a 5 años.
El hombre sentado en el matadero es Tom Kane, el alcalde de Chicago, el Boss. Se levanta. Todavía está digiriendo la información. Dice: “La vida, con todos sus miedos y preocupaciones, al final no es gran cosa, seas cerdo o trabajador”. Sube al coche oficial. Está destrozado, pero intenta repetir el discurso que dará al cabo de pocos minutos. Sale del coche. La asesora le bombardea con las indicaciones de última hora. Le ponen un poco de colorete. Sube al podio. Y saluda. Es Tom Kane, el alcalde de Chicago. Y parece en plena forma.
De esta manera tan impactante comienza Boss, una serie estupenda protagonizada por Kelsey Grammer, actor conocido entre el gran público por su papel en Frasier, que se alzó con el Globo de Oro al Mejor Actor ante rivales de la talla de Bryan Cranston (Walter White en Breaking Bad) o Damian Lewis (el sargento Brody en Homeland). A lo largo de los ocho capítulos que constituyen la primera temporada, asistimos a la lucha de un político por mantenerse en el poder a toda costa, a su soledad, a sus conflictos familiares y a la oscura organización de una ciudad.
Una presa fácil
Si para una persona normal una enfermedad de estas características es horrible, para un político acostumbrado a los malabares mentales, las traiciones palaciegas y a ir siempre un paso por delante de rivales políticos y otros enemigos, la noticia encierra una serie de perturbadoras connotaciones. Se convierte, de la noche a la mañana, en presa fácil para todos aquellos a los que ha apuñalado durante su escalada al poder.
Pero Kane es un tipo duro. Un superviviente que se ha mantenido a flote durante muchos años como alcalde de la ciudad de Chicago. Aunque la tarea de mantenerse en la cima del poder corresponde no sólo a su inteligencia maquiavélica y despiadada, sino a la corte de lacayos astutos y ambiciosos que trabajan en su equipo de asesores.
Una sonrisa cosida a la cara
En Boss asistimos a la organización y dirección de la corrupción desde las instituciones públicas, con las características que se repiten hasta el vómito: falta de escrúpulos, ambición desmedida, secretos compartidos, ansia descomunal por mantenerse en el poder a toda costa y una red de intereses compartidos con los agentes económico-sociales de la ciudad, donde el voto se utiliza como moneda de cambio para obtener favores y prebendas. Todo ello envuelto en el papel de regalo de la hipocresía, con una imagen pública de sonrisa permanente cosida a la cara, de aplausos, ruedas de prensa, demagogia discursiva y palmadas en la espalda.
Tras esta farsa de escaparate, encontramos personajes solitarios, sin un atisbo de vida interior, abocados a la soledad. Meredith (Connie Nielsen), la mujer de Tom Kane, una tiesa barbie que desea mantener a toda costa su estilo de vida de lujo y de aparente normalidad frente a la galería, pero que esconde su tristeza por una vida familiar inexistente, llena de odio y rencor. El propio Kane, enfermo, sin nadie al que contarle su desgracia, pues en nadie confía, ni tan siquiera en su propia mujer, con la que únicamente comparte las paredes de su vivienda.
Es también muy interesante el personaje de la joven pero curtida asesora Kitty O’Neil (Kathleen Robertson), forjada en los vericuetos podridos de la política. Ella y Ezra Stone (Martin Donovan) aconsejan, plantean estrategias, elaboran informes, coordinan las apariciones en los medios. Son la única familia que el boss conoce, y pasan sus días maquinando las distintas formas de mantenerlo en el poder, ya que es la única manera de que ellos mismos aseguren sus puestos de trabajo y sus contactos.
Martin Donovan es Ezra Stone |
Los colaboradores necesarios: los perros
Lo que más me ha interesado de Boss son los personajes de los asesores que no sólo persiguen e intentan adelantarse a las jugadas de los adversarios políticos, sino que compiten entre ellos por ser los que mejor controlen la situación sin perder los nervios, aguantando impertérritos los chaparrones cuando llegan, manteniendo esa misma sonrisa muerta en su cara mientras la mierda los va cubriendo poco a poco. Y tras una ambición desmedida, una inmensa vacuidad. Sin amigos, sin familia, sin tiempo para ellos mismos. Sólo su servilismo a cambio de… ¿qué? Ni tan siquiera poder real, pues siempre están a la sombra de otros.
Un final desconcertante (ATENCIÓN, SPOILERS)
Debido a este hecho, la única pega que puedo poner a una serie entretenida, bien realizada e interpretada, es un final que desvirtúa la esencia del personaje de Ezra. Me resulta incomprensible que un individuo de tal catadura moral pueda arriesgar su vida y su posición porque cree que el alcalde se ha desviado de su trayectoria de servicio ciudadano, tal como él mismo afirma. ¿Por qué al final ese cambio tan brusco en la moral de Ezra, si conoce a Kane mejor que nadie y sabe cuál ha sido su comportamiento a lo largo de los años? Ezra ha demostrado que sabe moverse en las sombras, así que ¿por qué no intentar una estrategia más sutil y salvaguardar su posición antes de conspirar contra su jefe?
Creo que la auténtica motivación de Ezra, que no queda suficientemente clara en la historia, es que él ya no puede controlar a Kane. El funcionario gris, sin carisma, cuyo único triunfo es saber que realmente maneja los hilos del poder, ha perdido las riendas. Y eso le jode. Y, aunque acabe mal, desea restregárselo por las narices a Kane, hacerle ver que él ha sido realmente la mente que ha dirigido el destino del reino. Sin embargo, nada de esto aparece en la serie, porque en la conversación final entre Kane y Ezra, éste último afirma:
−Yo no podía con la idea de mantenerte, mantenernos, en este puesto. Era insostenible.
−¿Por qué? −contesta Kane.
−Porque me quedó claro que ya no gobernabas por el bien de la ciudad. He hecho… hemos hecho, demasiadas cosas horribles para llevar a cabo lo importante, pero siempre supe el porqué. Porque era importante para conseguir lo que era mejor para sus habitantes.
−¿Y qué ha cambiado?
−Tú. Enfermaste. Tus vacilaciones. Tus decisiones injustificables. Empezaste a actuar por puro sentido de conservación. Seguir en el puesto a cualquier precio. No podía seguir justificando los medios por el fin, porque el único fin que te importaba eras tú. Tu propia supervivencia. No podía atenerme a eso. No podía hacer lo que había que hacer para que permanecieras en tu puesto.
A pesar de este confuso final, Boss ha sido una de las mejores series de la temporada, y con satisfacción asistiremos al estreno de la segunda temporada que, parece ser, se realizará en el último trimestre de 2012.
A mí me ha costado terminarla. Tiene mucha calidad pero la veo un poco dispersa. Eso sí, Grammer está estupendo. A parte del tema de la enfermedad creo que no aporta mucho más al género de Políticos cabrones. No sé si veré la segunda temporada.
27 marzo 2012 | 16:39
Sí, le cuesta ir al grano, le falta tener un guión más perfecto. Y el tema de «políticos cabrones», como tú bien dices, ya fue tratado mejor en The Wire. Creo que los primeros capítulos son más dispersos, empleando tu término, y que después coge fuerza, pese al final. Aún así, creo que veré sin duda la 2T (y creo que tú también lo harás ;)Un saludo y gracias por el comentario!!
29 marzo 2012 | 07:48