«—Alicia. ¿Querrías presentarte a Fiscal del Estado? —dijo Eli.
—¿Qué?
—Te he estado observando los últimos cinco años. Serías perfecta. Necesitamos una mujer y la gente te respeta.
—No soy política, Eli.
—Pero tienes instintos políticos. Y tienes una marca: eres Santa Alicia.»
Con esta premisa inusual arrancaba la sexta temporada de ‘The Good Wife’. Aunque muy criticada en redes sociales debido, sobre todo, a que Alicia dejaba su escenario habitual para postularse a Fiscal del Estado, desde mi punto de vista este no ha sido el fallo fundamental de la temporada, ya que era la consecuencia lógica de su desarrollo como personaje. Sin embargo, una ejecución falta de fuerza y la dispersión de las tramas de los personajes secundarios, así como un oponente en las elecciones que no ha estado a la altura y un jefe de campaña insípido como el pescado sin sal, han configurado una temporada irregular y caótica, que se sitúa a años luz de la tensión dramática de la soberbia quinta temporada.
Como decíamos, la decisión de Alicia de presentarse al cargo podría ser el siguiente paso lógico en su carrera. Si algo ha caracterizado el crecimiento del personaje fue su decisión de abandonar su rol de madre y esposa para demostrar que era capaz de actuar de manera independiente lejos de los hombres que habían dictado su vida. Ya lo hizo montando su propio bufete. El próximo peldaño para ascender y equipararse a su marido (restregándole su éxito por la cara, claro que sí) podría ser ocupar el cargo de fiscal del Estado. Pero se diferenciaría de Peter: llegaría por méritos propios y contribuiría con su experiencia a aumentar la eficiencia de la fiscalía que tanto había criticado.
Alicia es un personaje que, a pesar de su racionalidad y de algunas decisiones pragmáticas, se deja arrastrar por sus sentimientos. Desde el principio sabíamos que, aunque no estaba segura, la proposición de Eli había removido su ambición. Por eso, cuando Castro le dice: «Solo te postulas para sacar a tu socio de un apuro, para impedir que tu cliente, Lemond Bishop, cumpla condena o porque a tu amante le dispararon en uno de mis juzgados», sabemos que Alisha va a saltar como una leona sobre su presa, dejándose guiar de nuevo por sus tripas.
La mención de Will, lejos de lo que ella pretende a priori (no presentarse, ya que acaba de iniciar su propio bufete), es el verdadero resorte que impulsa su decisión y lo que nos gusta de Alicia: que, pese a su frialdad aparente, puede lanzarse al abismo, equivocándose o no. De esta manera se ve inmersa en un juego que no controla, ajena a la verdadera motivación del maquiavélico Eli: tener una «cara amiga» en la Fiscalía para allanarle el camino a Peter.
Un espejo de la sociedad
En este punto donde comienza a desarrollarse lo mejor y peor de la temporada. Si bien es cierto que la elección de Frank Prady, el comentarista legal de la CBS, como contrincante político no ha sido la decisión más acertada —debido, sobre todo, a lo soso que ha resultado el personaje—, la trama de las elecciones ha sido la más sólida y ha servido como espejo para mostrarnos el juego de la política y los valores que rigen la sociedad estadounidense.
La importancia de la religión (Alicia es atea pero debe presentarse como agnóstica para no herir sensibilidades), la investigación sobre su vida sexual y la de su familia (las fotos con Finn Polmar en el hotel, el affair de su hermano con el actor porno), los hechos fortuitos que pueden verse sobredimensionados de manera sensacionalista (la nota de broma que escribe Alicia amenazando a un profesor con un cuchillo, el azote de la madre de Alicia a un niño); las maniobras para desacreditar al adversario (las fotos que le hacen a Alicia como si la hubieran detenido en estado de embriaguez) o el chantaje proveniente de las personas que aportan fondos para la campaña, han mostrado las múltiples facetas que entran en juego y que pueden determinar la victoria o derrota de los candidatos.
Así lo resumía Prady en una entrevista con Alicia:
«Me disgusta la naturaleza personal de la política. Odio que se realicen campañas como pésimos reality shows. Cómo se exponen las vidas y se trata a los seres humanos como mercancías. Pero la única manera de cambiarlo es participar en el juego».
Alicia comparte esta afirmación. Pero, a pesar de estar casada con Peter, no es del todo consciente de lo que puede suponer (y quemar) profesionalmente verse inmersa en este tablero peligroso, como finalmente sucede con el fraude de los votos electrónicos. Alicia se convierte en el chivo expiatorio para no dañar la elección de un senador que concede mayoría al partido. «Si no renuncia, el partido la destruiría o perjudicaría al Gobernador», le espeta un jefazo del partido, ante la mirada atónita de una Alicia que siente en sus propias carnes la afirmación de Prady.
A pesar de que la caída en desgracia de Alicia puede haber decepcionado a los seguidores por considerarla una «trama engañosa», desde mi punto de vista era necesaria por dos razones:
1) Sacar al personaje de su entorno lógico era arriesgado y dificultaba la creación de tramas donde interviniese el resto de abogados.
2) No hay nada mejor para crear una nueva tensión dramática que ver renacer a la heroína de sus cenizas, a ser posible con un escepticismo renovado y mucha mala leche.
El caos de Cary y Kalinda
Mientras que la trama de Alicia era la más clara y contundente, los demás personajes han ido a la deriva, contribuyendo a esa sensación de confusión expositiva y de idas y venidas sin demasiado interés. Cary Agos enfrascado en una caótica trama, acusado de haber asesorado a los narcotraficantes de Bishop, saliendo y entrando de la cárcel y poniendo morritos tras los barrotes. Una historia tan confusa como poco clara en su dirección, que ha restado interés al personaje. Su relación sin química con una Kalinda venida a menos, y que se ha despedido sin pena ni gloria, tampoco ha contribuido a dotar de color a su personaje.
Lo mismo que ha sucedido con la investigadora principal que, desde la llegada de su marido, fue cayendo en desgracia con historias sin atractivo, saltando de cama en cama con rubias explosivas con las que no tenía piel, y con algunas acciones incoherentes (y bastante cutres) como la del USB en el ordenador de Bishop, que todavía tienen menos sentido si se las compara con la hazaña de manipular los metadatos del email o de asustar al pirata informático. No, Kalinda. Ni esos últimos tequilas con Alisha te han salvado de la quema.
¿Otro bufete?
Tampoco ha jugado a favor de esta temporada la sensación de que todo sucedía a un ritmo vertiginoso e improvisado. En los primeros episodios todavía podíamos ver las obras del nuevo bufete Florrick-Agos y la llegada de Diane como socia para montar la firma legal más grande del país dirigida por mujeres. Al final de la temporada, y tras el descrédito de Alicia (y el desencuentro bastante inverosímil con sus socios), nada de eso se ha llevado a cabo. Sin embargo, otro bufete, que huele a despedida, se intenta poner en marcha, con una escena con aroma a gastado que nos retrotrae a temporadas anteriores.
Por una parte, la alianza Florrick-Canning puede traernos algunos momentos grandiosos, pero el planteamiento de la relación ha sido forzado y traído por los pelos. ¿Nadie en el bufete se dio cuenta de que estaban contratando a la mujer de Canning? ¿Una mente calculadora como la suya va a patalear de forma pueril porque han despedido a su mujer? Hay cosas que no encajan. ‘The Good Wife’, aunque nos pese, adolece de una repetición de fórmula y de desgaste de sus personajes. Aunque el talento de los King para la creación de tramas e historias interesantes es innegable, es positivo que la historia se cierre dejándonos un buen sabor de boca.
Un último apunte
Sabemos que tras la muerte de Will es difícil encontrar un buen reemplazo para que le dé calor a nuestra Alisha, pero, por favor, que tengan un poco más de sangre en las venas que Finn Polmar y John Elfman. No pedimos mucho.