Como ya sabéis, el próximo 17 de septiembre se celebran los Emmys 2017. Este año, la ausencia de Juego de Tronos ha dado opción a que otras series se cuelen en la categoría de mejor drama. Pese a que las favoritas son Stranger Things y Westworld, personalmente me decanto por The Crown, una serie que me hizo sentir un gran placer tanto estético como intelectual, y que os recomiendo encarecidamente si todavía no le habéis dado una oportunidad (recordad que ganó el Globo de Oro a la mejor serie dramática en la última edición de los premios).
¡Hola de nuevo, querida familia seriéfila! Tras un verano de #OperaciónXegertha (donde me estoy transformando en una mezcla de Xena, princesa guerrera, y Lagertha para que mi lesionada espalda no sufra) vuelvo con vosotros para comentaros lo que he visto durante estos meses.
Entre clase y clase de Pilates y platos de verdura rebosantes (he perdido siete kilos y voy a seguir hasta ser una ligera skinny bitch para superar este problema) he visto algunas cosillas que merecen la pena y de las que iré hablando por aquí.
Pero primero lo importante…
Porque se ha acabado Game of Thrones y parece que no tendremos nueva ración hasta dentro de ¡dos años! (o eso dicen los rumores).
El otro día comentaba en Twitter que era una lástima que una temporada tan buena como la segunda de Master of None (una pequeña gran joya) no hubiera generado más conversación, y que cada vez me gustaba menos el binge-watching. Las respuestas no tardaron en llegar: un chico comentó que, gracias a esta modalidad de visionado, las series se degustaban de manera más íntegra, sin perder un ápice de su esencia. Sin embargo, otras personas pensaban que esta forma de deglutir series les creaba ansiedad y que, si no podían verlas de inmediato, cuando llegaban a ellas sentían que la conversación social se había diluido. Eso sin hablar del miedo al spoiler.
La Peak TV o pico televisivo, término que como sabéis se emplea para referirse al enorme número de series que se emite en la actualidad, tiene como consecuencia que los blogueros televisivos andemos con la lengua fuera. Es imposible escribir sobre todo lo que vemos y, en ocasiones, las reviews pierden la inmediatez que tenían hace unos años, cuando todos veíamos más o menos los mismos programas.
Además, con tantas series, algunas excelentes ficciones pasan desapercibidas o no generan la conversación que debieran. Feud: Bette and Joan (FX) es una de ellas, una miniserie formidable en la que Ryan Murphy destila sus grandes pasiones: el retrato de divas y el cine clásico, y que he disfrutado inmensamente en cada una de sus entregas.
Hace seis años se estrenó Girls suscitando un mar de críticas cuyo origen radicaba en la escasa costumbre de encontrarse con personajes reales femeninos en televisión. Las chicas de Girls, pero sobre todo Hannah Horvath, fueron tildadas de inmediato de «niñatas», «pijas», «neuróticas». ¿Lo eran? Sí. Pero como siempre sucede con los personajes femeninos, los términos despectivos fueron más virulentos, llenando redes sociales y artículos de adjetivos que jamás se habrían empleado para calificar a un hombre. Lena Dunham, encarnada en Hannah, casi hubiera tenido que emigrar a Marte antes que volver a ofender al personal enseñando su cuerpo regordete y sus «teticas de cabra», a años luz de las estilizadas figuras de actrices-modelo a las que nos tiene acostumbrada la cultura audiovisual.
Homeland no murió tras su tercera temporada. Al revés, aprendió de sus errores para consagrarse como uno de los dramas/thrillers políticos más apasionantes que se emiten en la actualidad. La historia sobre la dualidad moral de un prisionero político, un remake de la fantástica serie israelí Hatufim con la que se inauguró esta ficción, ha dejado paso a la complejidad de las relaciones políticas internacionales de Estados Unidos y las alcantarillas del espionaje, plasmando de una manera actual las diferentes manifestaciones del terrorismo y la lucha contra él.
Cuando se estrenó This Is Us las redes sociales comenzaron a llenarse de apelativos como «gran drama», «obra maestra», «maravilla sin parangón» y lo cierto es que a mí el piloto me dejó bastante fría. Reconocí en ella todos los clichés de las series melodramáticas que había visto desde mi infancia como La casa de la pradera o Autopista hacia el cielo, donde se apela a los sentimientos de una manera muy convencional, los personajes son estereotipos con patas y se usan recursos como un ser querido que se pone enfermo y/o está al borde de la muerte o peleas familiares que al final se resuelven de una manera edulcorada gracias a la bondad de sus protagonistas.