¡Hola de nuevo, querida familia seriéfila! Tras un verano de #OperaciónXegertha (donde me estoy transformando en una mezcla de Xena, princesa guerrera, y Lagertha para que mi lesionada espalda no sufra) vuelvo con vosotros para comentaros lo que he visto durante estos meses.
Entre clase y clase de Pilates y platos de verdura rebosantes (he perdido siete kilos y voy a seguir hasta ser una ligera skinny bitch para superar este problema) he visto algunas cosillas que merecen la pena y de las que iré hablando por aquí.
Pero primero lo importante…
Porque se ha acabado Game of Thrones y parece que no tendremos nueva ración hasta dentro de ¡dos años! (o eso dicen los rumores).
El otro día comentaba en Twitter que era una lástima que una temporada tan buena como la segunda de Master of None (una pequeña gran joya) no hubiera generado más conversación, y que cada vez me gustaba menos el binge-watching. Las respuestas no tardaron en llegar: un chico comentó que, gracias a esta modalidad de visionado, las series se degustaban de manera más íntegra, sin perder un ápice de su esencia. Sin embargo, otras personas pensaban que esta forma de deglutir series les creaba ansiedad y que, si no podían verlas de inmediato, cuando llegaban a ellas sentían que la conversación social se había diluido. Eso sin hablar del miedo al spoiler.
Homeland no murió tras su tercera temporada. Al revés, aprendió de sus errores para consagrarse como uno de los dramas/thrillers políticos más apasionantes que se emiten en la actualidad. La historia sobre la dualidad moral de un prisionero político, un remake de la fantástica serie israelí Hatufim con la que se inauguró esta ficción, ha dejado paso a la complejidad de las relaciones políticas internacionales de Estados Unidos y las alcantarillas del espionaje, plasmando de una manera actual las diferentes manifestaciones del terrorismo y la lucha contra él.
Cuando se estrenó This Is Us las redes sociales comenzaron a llenarse de apelativos como «gran drama», «obra maestra», «maravilla sin parangón» y lo cierto es que a mí el piloto me dejó bastante fría. Reconocí en ella todos los clichés de las series melodramáticas que había visto desde mi infancia como La casa de la pradera o Autopista hacia el cielo, donde se apela a los sentimientos de una manera muy convencional, los personajes son estereotipos con patas y se usan recursos como un ser querido que se pone enfermo y/o está al borde de la muerte o peleas familiares que al final se resuelven de una manera edulcorada gracias a la bondad de sus protagonistas.
Desde que Carrie Bradshaw irrumpió en nuestras pantallas con su colección de manolos y sus «brunch», donde hablaba sin tapujos de sexo con sus amigas, ha pasado la friolera de dieciséis años. Aunque Sex and the City (HBO, 1998) supuso una revolución al tocar temas como la masturbación, el sexo anal, los tríos, el lesbianismo, el fetichismo de pies e, incluso, la lluvia dorada, lo cierto es que en la serie seguía subyaciendo una idea arcaica y algo machista: sin un hombre la vida es triste, aunque te lo pases de muerte sorbiendo cosmopolitans.
Ni siquiera la llegada de la televisión por cable, donde las cuotas de los suscriptores liberaron del yugo a los guionistas —atados a convenciones políticamente correctas—, supuso un giro radical en la imagen de la mujer que proyectaba el medio. Desde luego significó un soplo de aire fresco, pero no un cambio significativo.
Es difícil encontrar una serie que refleje el mundo de la adolescencia y la difícil transición a la madurez de una manera fidedigna. Sin embargo, Skam lo ha conseguido. Las dudas, los temores, la sexualidad, los celos, las primeras relaciones, las fiestas y la importancia de la amistad son los pilares de esta webserie que ha conseguido traspasar las fronteras de Noruega, su país de origen, para convertirse en un fenómeno viral durante su tercera temporada.
Soy una gran fan de las pelis de miedo y del género zombi, si bien he de reconocer que hace tiempo que me bajé de The Walking Dead (aunque soy una enamorada del cómic). Por eso me lo he pasado genial viendo Santa Clarita Diet, una serie de Netflix, protagonizada por Drew Barrymore y Timothy Olyphant, que no tiene otro objetivo que hacernos pasar un buen rato con su dosis de vísceras y cachondeo.